Una tarde noche en la ópera

Mientras pinto o escribo  no puedo soportar escuchar ópera, necesito verla y sentirla y mientras  pinto o escribo solo necesito silencio para sentir.

¡Cómo me gusta disfrutar del Liceo e inundarme
de sonido-belleza¡

Vivimos un momento social en el que la cultura,
más que nunca, está difuminándose, perdiéndose entre quejas, disgustos y
desalientos. Una cultura que a duras penas había sido cultivada, hoy se intenta
desvanecer tristemente. Anoche estuve en la ópera y me reconforté al participar
en un encuentro silencioso, un común aliento humano sin nombre ni datos unidos
en el aplauso, el silencio y la belleza de la voz. Un abrazo común y
desinteresado más allá de tejanos o joyas.

Desde luego no está todo perdido y me pregunté:
en una ciudad tan grande como Barcelona ¿Cuántas personas no han estado nunca
en el Liceo? Seguramente no lo han disfrutado ni lo valoran por
desconocimiento, seguramente tienen conceptos cargados de ideas poco atractivas
y escasas del verdadero interés cultural que el arte aporta, representa y
repercute en cada uno de nosotros. ¿Cuántos liceos se tendrían que llenar
diariamente para colmar el desaliento y desilusión?

Sin el arte la sociedad se embrutece, se pierde
en lo puramente material se olvida de aquellos valores necesarios para seguir
adelante, creer y atreverse a seguir siendo uno mismo más allá de dogmas y
prohibiciones. Pensar, sentir y actuar sin miedo es peligroso creen los que
mandan, sean de un bando o de otro. Siempre lo han medio prohibido o
desprestigiado ya que interesa dominar a través del miedo y, el arte, nos
permite volver a sentir que somos libres, libres de sentir y expresar la
belleza, lo mejor de nosotros mismos. No interesa hablar de acciones hermosas,
de impulsos creativos, de reacciones valientes y osadas, no se valoran las
actitudes de respeto y atrevimiento en el trabajo diario, no interesa hoy ni
ayer, aunque en los últimos años habíamos avanzado para poder lograrlo. Sí,
sigue pareciendo que interesa bañar a la sociedad de miedo, inseguridad y necesidad
de callar para sentirse más o menos seguros mientras te esfuerzas por resistir
unas cargas que no son tuyas, unos errores que te confirman una y otra vez que son
sus errores y que tu, “como buen ciudadano” has de rescatar y apoyar. Y ¿Por
qué? Si nos han enseñado valores como responsabilidad, honestidad y sinceridad,
mejor que cada uno asuma su propia carga y no la ajena. De nuestros errores y éxitos
podemos aprender de los errores que no hemos cometido, no debemos  asumirlos o al menos no debemos dejarnos intimidar.


Ayer sentí el valor de la libertad compartida,
expresada en aplausos y silencios de aquellos que seguimos adelante intentando
no perdernos ni dejarnos bañar en el pesimismo, el miedo o la frustración. El
arte sigue adelante su camino entre valoraciones ambiguas ya que los inicios de
un siglo conllevan restos del anterior y podemos no rendirnos y podemos seguir
manifestando que sí se puede ser libre y sí se puede vivir en la honestidad y
sinceridad para mostrar belleza y hermosas propuestas.

Bajo el título «Valquiria» de Richard Wagner vienen impresas estas tres palabras: incesto, lucha, castigo. 

Realmente todo ello sucede pero hay más, habla del amor en muchísimos matices y aunque sí hay intolerancia, enfado, apariencias, intereses, venganzas, promesas… también expresan tolerancia y perdón profundo. A lo largo de las casi cinco horas expresan sentimientos y su lucha por defenderlos: osadía, firmeza, exigencia, honor, reconocimiento de culpa, engaños y expectativas truncadas, serenidad y respeto, obediencia al sentir hondo, valoración y respeto por lo que sienten otros, dignidad y aceptación.


Un sentir humano desgarrador y conmovedor para reflexionar.

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