de la vida silencioso e implacable nos acompaña dándonos la oportunidad de dar
los pasos y acciones adecuadas para alcanzar nuestro destino.
El movimiento
de la vida tiene ritmo y armonía y sólo carece de ello cuando intentamos
controlarlo, cambiarlo o dominarlo.
El ritmo y la
armonía del movimiento parte de nuestro ser interno, de nuestro centro, de la
conciencia de nuestro ser, la que lo mueve en la forma precisa pues conoce
nuestro destino.
Cuando no
aceptamos los movimientos o circunstancias de la vida se produce la desarmonía
y el ritmo carece de orden, a veces empujándonos y otras deteniéndonos.
En ambos casos
creemos que la vida no es justa, que no tiene sentido o no está bien diseñada
pues no corresponde a lo que nos gustaría o deseamos, es decir, no cumple
nuestras expectativas.
Expectativas
dirigidas por el ego que lo hace crecer alejándolo de la única realidad que hay
que aceptar y asumir.
Si por el
contrario lo que realmente se busca es definir nuestra vida en la forma adecuada
y que ésta tenga sentido, hemos de dejarnos llevar, confiados por el movimiento
rítmico de la vida.
Este fluir nos
proporciona todo lo necesario para vivir, experimentar, y llegar a nuestro
destino con los deberes aprendidos.
Nos proporciona
alcanzar la serenidad y alegría para sentirnos en paz comprendiendo y
agradeciendo el camino recorrido.
El movimiento
de la vida merece la pena aceptarlo y como las olas del mar dejar que… suceda.